lunes, 14 de noviembre de 2022

72 horas

 

A veces uno, cuando es joven, no se da cuenta de lo que se está forzando para hacer las cosas y lo toma como una “conquista”, un “logro”, algo de lo que seguramente presumirá…

 


Fueron 72 horas, 3 días en los que el sueño era espantado con café, pero venía por cabezadas que no sabía bien cuánto duraban, irregulares, pero que siempre parecían cortísimas. Mi compañero de oficina, el director de arte que estaba en el mismo bote de preparar una campaña para el lunes (empezando el viernes), me pasaba la voz con un “¡Te estás durmiendo!” que me sobresaltaba para contestar que era “nada más que un pestañeo”…

 

Yo hacía lo mismo con él cuando lo veía cabecear o fingir concentración en el dibujo (con los ojos cerrados); nos habíamos comprometido a presentar una campaña final, con los bocetos de avisos acabados, story board y bocetos de folletería (con sus respectivos textos, claro) y el sustento creativo para la campaña completa, pieza por pieza.

 

Ahora que lo recuerdo con la distancia de los años, me doy cuenta que era una tontería, un querer “demostrar” que podíamos ser creativos y muy rápidos: la publicidad en suma.  Abrevio diciendo que nos aprobaron la campaña, pero éramos una especie de zombis alimentados con pizza, con litros de café y cigarrillos (fumábamos en ese entonces) como estimulantes y ninguna pastilla o sustancia que nos mantuviera “lúcidos y alerta” porque –por lo menos yo- había visto en más de un compañero “trabajador” los estragos que causaba esa “dieta cerebral”.

 

Muy temprano, el lunes de la presentación, mucho antes de que nadie llegara a la oficina, afeitada, pañitos húmedos y mucha agua de colonia; después revisión del material a presentar, ordenar las carpetas que contenían los textos y la sustentación, repasar los charts que usaríamos durante la exposición (era la época en que no se soñaba con las computadoras, el teléfono celular era algo de ciencia ficción y las únicas “máquinas” a nuestra disposición  eran una de escribir  -mecánica- una fotocopiadora que solo imprimía en negro y dos calculadoras de bolsillo).

 

La euforia de la presentación, las respuestas ensayadas una y otra vez a las preguntas que sabíamos nos iban a hacer y el entusiasmo que nos produjeron los comentarios positivos, “compensaron” el esfuerzo y pongo ese compensaron entre comillas porque, repito de nuevo, ahora, con la distancia de los años, pienso que lo que hicimos fue una tontería, porque el desgaste personal (que nos hizo dormir casi un día entero a los dos, ya en nuestras casas) consiguió que perdiéramos un día, que no “funcionáramos” bien hasta acomodarnos nuevamente y que “no pasara nada”: éramos “héroes” sólo para nosotros mismos porque para los demás eso era “normal nomás”.

 

Confieso que fueron las 72 horas más largas de mi vida y las que me enseñaron que la publicidad puede ser demandante y urgente, pero uno no debe forzar lo que requiere tiempo.

 

Imagen: culturabogota.com

 

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN “CÓDIGO”, 23.7.2019.