Vivimos
en un mundo que necesita de certezas para poder avanzar, porque si se ignora
totalmente lo que viene, es necesario buscar los indicadores que nos brinden la
dirección correcta. La seguridad que solo da la certeza.
Esto
que pueden parecer simples palabras es lo que sucede desde siempre y de muy
antiguo, el ser humano ha recurrido a diversas maneras y métodos para tratar de
obtener respuestas que le permitan tomar decisiones y no equivocarse al
hacerlo…
Desde
los arúspices que “leían” el futuro en el vuelo de las aves o buscaban
encontrar indicaciones sobre determinados temas en las entrañas de los
animales, desde los “oráculos” que “interpretaban” la voz del dios y la
transmitían hasta lo que hoy conocemos como “encuestas” y son la recopilación
de respuestas a ciertos asuntos, ofrecidas por grupos determinados de
población, el tiempo ha corrido y hoy nos fiamos en esto último para obtener
certezas, descartar la incertidumbre y guiarnos por el camino correcto.
Esta
generalización viene a cuento porque, cuando prácticamente todos se orienta con
estos instrumentos, que si son bien aplicados son muy fiables, hay quienes
–cuando les conviene- no creen en su validez y dicen que son un elemento de
mentira y arma de ataque de los opositores. Pasa –lo vemos- con muchos
políticos de diversas tendencias que proclaman “no creer en las encuestas”,
sobre todo cuando estas les son adversas. Eso es francamente estúpido, porque
si una encuesta está bien hecha y sus resultados coinciden –puntos más o menos-
de modo ajustado con otras diferentes, lo que se está haciendo, es negar la
realidad y no tomar en cuenta las señales.
Sucede
lo mismo en publicidad, donde la investigación de mercado es fundamental para
tomar decisiones y orientar lo que se haga en materia de comunicación. He
escrito ya sobre esto y no quisiera abundar más, pero cuando veo a la
publicidad que en algunos casos está absolutamente errada o desorientada, me
doy cuenta que detrás falta la investigación y se está confiando en la “suerte”
o en una percepción personal que no tiene que ver con la opinión del segmento
de mercado al que se dirige…
Es
verdad que la investigación tiene un costo que se traduce en dinero, tiempo y
trabajo, pero ese costo es la inversión que se hace para tener certezas.
Confiar
en el propio “olfato”, en la “suerte” y “en lo que percibo” es, lo repito,
francamente estúpido…
Manolo Echegaray
Imagen:
https://www.antoniopulido.es
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